Aristóteles, san Agustín, san Isidoro, Aldo Manuzio, Quevedo y Borges: Vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos


Hace unos días publicaba aquí el conocido soneto de Quevedo «Desde la Torre de Juan Abad» con un comentario. Hoy, gracias a la lectura del magnífico libro de Alberto Manguel «Una historia de la lectura», quiero ampliar algunas referencias sobre las sorprendentes metáforas del primer cuarteto:

…vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos.

He aquí algunos antecedentes de esta imagen utilizada por Quevedo de la lectura como conversación con los ausentes, que llega a eliminar las barreras de espacio y de tiempo e incluso la frontera más radical, la ausencia más definitiva de todas, la de la muerte.

1) Según las enseñanzas de Aristóteles (384-322 aC), referidas por San Agustín de Hipona (354-430), las letras eran signos de sonidos «inventadas para que podamos conversar incluso con los ausentes».

2)  A mediados del siglo VII, san Isidoro de Sevilla alababa la novedosa lectura silenciosa como método reflexivo y mnemotécnico, y creía que la lectura hacía posible la conversación a través del tiempo y del espacio: «Las letras tienen el poder de transmitirnos en silencio los dichos de quienes están ausentes», escribió en sus Etimologías.

3) El humanista italiano Aldo Manuzio el Viejo (profesor de latín y griego de, por ejemplo, Pico della Mirandola) a finales del siglo XV afirmaba que los autores clásicos debían leerse en su lengua original y sin inbtermediarios para que así los lectores «conversaran libremente con tan gloriosos difuntos».

Así, pues, el acto de leer es también metafísicamente revolucionario.

Añadiría asimismo el comentario que sobre este soneto (que Quevedo envió desde su Torre de Juan Abad a don José González de Salas) escribió el sagaz Borges en «Otras inquisiciones» (1952):

«No faltan rasgos conceptistas en la pieza anterior (escuchar con los ojos, hablar despiertos al sueño de la vida) pero el soneto es eficaz a despecho de ellos, no a causa de ellos. No diré que se trata de una transcripción de la realidad, porque la realidad no es verbal, pero sí que sus palabras importan menos que la escena que evocan o que el acento varonil que parece informarlas.»

Retomando un verso del maestro, Borges le dedicó este espléndido y melancólico soneto de «El hacedor» (1960)

A un viejo poeta

Caminas por el campo de Castilla
y casi no lo ves. Un intrincado
versículo de Juan es tu cuidado
y apenas reparaste en la amarilla

puesta del sol. La vaga luz delira
y en el confín del Este se dilata
esa luna de escarnio y de escarlata
que es acaso el espejo de la Ira.

Alzas los ojos y la miras. Una
memoria de algo que fue tuyo empieza
y se apaga. La pálida cabeza

bajas y sigues caminando triste,
sin recordar el verso que escribiste:
Y su epitafio la sangrienta luna.

Escúchalo dicho por el propio Borges en:

Borges: A un viejo poeta

Y como colofón un link a un excelente artículo de Blas Matamoro sobre las estrechas relaciones Borges-Quevedo:

http://www.guzmanurrero.es/index.php/Literatura/Borges-y-Quevedo.html

Una respuesta a “Aristóteles, san Agustín, san Isidoro, Aldo Manuzio, Quevedo y Borges: Vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos

  1. En el Fedro, Platón narra un mito sobre la invención de la escritura y dice que no es un remedio del olvido, ni es tan ventajosa como se podría creer. Nos acostumbra a no recordar, a creer que algo lo sabemos porque tenemos el libro donde lo pone, a decir que hemos leído tal obra una o ninguna veces simplemente porque la compramos …

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