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SOBRE LA METAMORFOSIS II: IMPLACABLE KAFKA

Para Kafka, la literatura será ese “refugio interior” del individuo, el lugar donde busca su identidad dentro del colectivo, en este caso, la familia, pero también, por extensión metafórica, la sociedad o el estado; una colectividad que se edifica sobre la eliminación de diferencias y la igualación despersonalizadora y represiva. El primer nivel de esta lucha, y el más inmediato, es el familiar, centrado en la figura del padre: “si quería escapar de ti, tenía que hacerlo también de la familia, incluida mi madre” (y aquí se apuntan lecturas psicoanalíticas). Voluntad y autoridad luchan por desembarazarse una de otra, romper esa falsa relación que sólo se sostiene por un resignado equilibrio impuesto desde fuera: “era un elemental deber de familia sobreponerse a la repugnancia y resignarse”. El rechazo es recíproco: “la tortura tiene para mí una gran importancia y sólo me preocupo de sufrirla o de infringirla” (Cartas a Milena). Como Lautréamont, desea Kafka sembrar el desorden en la familia: “no sólo perdí el sentido de la familia […] era absolutamente negativo, consistente en la íntima separación de ti” (CP). No hay solución posible: “La causa de la imposibilidad inmediata de lograr un equilibrio justo […] dentro de este animal familiar radica en la falta de equivalencia que existe entre sus partes constitutivas, es decir, en la enorme supremacía del poder de los padres frente a los hijos” (de una Carta sobre la educación de los niños).

La transformación/metamorfosis de Samsa es, pues, una provocación deliberada. No obstante, la familia reacciona y se impone: el territorio del individuo –la habitación de Gregor- es invadido por las fuerzas desimbolizadoras (le retiran los muebles  efectos personales, se convierte en un trastero lleno de suciedad; Samsa se aferra al retrato de una mujer que cuelga de la pared…). La estrategia de Kafka es coupar esas pequeñas zonas que el padre deja libres –extendido transversalmente sobre un mapamundi (CP)- y tratar de unificarlas (Jordi Llovet: no hay insularidad, sino transversalidad y, como conseciuencia, universalidad). Fracasados los intentos de liberación por la religión (CP: “tampoco el judaísmo pudo salvarme de ti”) o por el matrimonio (CP: “En realidad, los proyectos matrimoniales fueron el intento más grandioso y esperanzado de salvación, aunque luego, evidentemente, no fue menos grandioso el fracaso final”), el intento de realizar la sutura del cuerpo fragmentado lo llevará a cabo la literatura, transformada en campo de batalla: “con tu aversión atacaste de un modo más acertado mi actividad de escribir […] En dicha actividad había conquistado de hecho cierta independencia respecto a ti, aunque esa independencia recordaba un poco a la del gusano” (CP).

Oponiendo la Poesía a la Prosa hubiera salido derrotado. Pero Kafka instala su obra en la mayor sencillez, en la claridad absoluta, con una prosa casi de informe jurídico o de acta notarial: ¡qué absolutamente terribles resultan la lógica, tranquilidad y humanidad de los razonamientos y sentimientos de ese ser aparentemente monstruoso!, ¡qué inerme la prosa cuando se la ataca desde dentro, usando el Símbolo, pero también la Ironía y el Humor!

“Con mi actividad literaria y todo lo que ésta lleva consigo he efectuado pequeñas tentativas der independizarme, de evadirme, con un  éxito casi nulo” (CP). En este “casi” reside la salvación.

El final de La metamorfosis es otro guiño irónico: la hermana, Grete, también se ha transformado, es ya una mujer hermosa en edad de casarse, es decir, independizarse de los padres legítimamente (con su beneplácito o con su manipulación) y formar su propia familia. Este círculo cerrado era, paradójicamente, una de las aspiraciones vitales de Kafka: lo que le separaría del padre pero, a la vez, le pondría a su mismo nivel, esa altura tan odiada: Pero Kafka tuvo que elegir entre Vida y Literatura y optó por su literatura, esa literatura “sin propósito estético alguno, y menos literario” (Hermann Broch) de la que hizo su vida.

No cuenta el triunfo ni la derrota, al fin y al cabo precisa de ambos momentos (CP: “Si se evade, no puede efectuar dicha transformación, y si la efectúa, no puede evadirse”), sino la necesidad implacable de la lucha. El resultado final puede ser la muerte del individuo-hijo-insecto-artista-escritor (piénsese también en el relato La condena), pero el texto, como el ejemplar de La metamorfosis que Franz dejaba en la mesita de noche de Hermann Kafka, queramos o no, nos acecha con su desgarrada y excesiva realidad.

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SOBRE LA METAMORFOSIS I: KAFKA IMPECABLE

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SOBRE LA METAMORFOSIS DE FRANZ KAFKA (PRIMERA PARTE)

“Mis escritos trataban de ti; en ellos exponía las quejas que no podía formularte directamente, reclinándome en tu pecho. Era una despedida de ti, intencionadamente dilatada.”

CARTA AL PADRE

De todas las alienaciones que sufrió Franz Kafka (judío de lengua alemana entre cristianos checos, burgués anarquizante entre proletarios socialistas…) es sin duda la alienación familiar la que provoca su inestabilidad emocional y condiciona en mayor medida el carácter de su obra. Escritura y realidad íntimamente unidas: la literatura –refugio y salvación– sustituye a la vida en un esfuerzo por superar la impotencia o extrañamiento del artista: “me sentía a salvo escribiendo, podía respirar” (Carta al padre). Purgación, intento de liberación y de reconciliación.

El inicio de La metamorfosis nos advierte: “No soñaba, no”. Creo, pues, que es un camino válido –uno entre muchos- leerlo como un texto decididamente realista y autobiográfico, con la ayuda de la Carta al padre, una autointerpretación más que una confesión.

En su Diario escribe: “Vivo en el seno de mi familia, en medio de las personas mejores y más amables, sintiéndome más extranjero que un extranjero”. Punto de partida de esa metamorfosis o de una transformación más humilde (como quiere Jordi Llovet), de ir por casa, transformación pasajera para el afectado, trágica metamorfosis para la familia. Ese “monstruoso insecto” llamado Gregor Samsa (otra pista más: Samsa oculta un anagrama de Kafka) pertenece a la galería de los seres repugnantes con los que gustaba compararse el autor (por ejemplo, en las Cartas a Milena: “no soy más que un pobre ratón en un rincón de una casa grande” o “el heroísmo de quedarse a pesar de todo se parece al de las cucarachas que nada consigue expulsar de los cuartos de baño”).

Esta misma transformación se puede seguir en la Carta al padre (CP) y en otros textos autobiográficos, con la misma evolución:

1)      Cambios físicos: “mi propio cuerpo se volvió para mí inseguro; crecía, me volvía larguirucho, pero no sabía qué hacer con mi estatura, la carga era demasiado pesada, la espalda se encorvaba.” (CP)

2)      La reclusión en un espacio: “siempre me he ocultado de i ten mi habitación. (CP)

3)      Pérdida del habla (“Es una voz de animal”): “la imposibilidad de una relación serena tuvo otra consecuencia, por otra parte muy natural: perdí la facultad de hablar.” (CP)

4)      Manifestación de la inquietud (“Y, presa de remordimientos e inquietudes, comenzó a trepar por todas las paredes”): “Mi cuerpo tiene miedo y […] se sube por la pared, trepando lentamente” (Cartas a Milena).

5)      Otros procesos psíquicos: necesidad de estímulo, sensación de culpabilidad y mendicidad, miedo a los demás y pérdida de la confianza en sí mismo (CP) culminan en la convicción “de que tenía que desaparecer”.

6)      Algunos episodios concretos literaturizados: “También me horrorizabas cuando corrías profiriendo gritos alrededor de la mesa, persiguiendo a uno de nosotros […] y parecía como si la madre, finalmente, lo salvase. Y al niño le parecía que, una vez más, había conservado la vida por tu misericordia” (CP). Claramente este episodio biográfico se transforma en La metamorfosis en la persecución y el lanzamiento de manzanas por parte del padre que concluye con este impresionante pasaje: “Y Gregorio, con la vista ya nublada, sintió por último cómo su madre, con las manos cruzadas en la nuca del padre, le suplicaba que perdonase la vida al hijo”.

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INVITACIÓN / INCITACIÓN A JULIO CORTÁZAR (1914-1984)

CARTA A UNA SEÑORITA EN PARÍS

Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano.

Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.

CASA TOMADA

Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.

REUNIÓN CON UN CÍRCULO ROJO

Usted, como pasa tantas veces, no hubiera podido precisar el momento en que creyó entender; también en el ajedrez y en el amor hay esos instantes en que la niebla se triza y es entonces que se cumplen las jugadas o los actos que un segundo antes hubieran sido inconcebibles. Sin siquiera una idea articulable olió el peligro.

AXOLOLT

Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.

CIRCE

Delia estaba contenta del resultado, dijo a Mario que su descripción del sabor se acercaba a lo que había esperado. Todavía faltaban ensayos, había cosas sutiles por equilibrar. Los Mañara le dijeron a Mario que Delia no había vuelto a sentarse al piano, que se pasaba las horas preparando los licores, los bombones. No lo decían con reproche, pero tampoco estaban contentos; Mario adivinó que los gastos de Delia los afligían. Entonces pidió a Delia en secreto una lista de las esencias y sustancias necesarias. Ella hizo algo que nunca antes, le pasó los brazos por el cuello y lo besó en la mejilla. Su boca olía despacito a menta. Mario cerró los ojos llevado por la necesidad de sentir el perfume y el sabor desde debajo de los párpados. Y el beso volvió, más duro y quejándose.

LA AUTOPISTA DEL SUR

Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del tiempo, aunque al ingeniero del Peugeot 404 le daba ya lo mismo. Cualquiera podía mirar su reloj pero era como si ese tiempo atado a la muñeca derecha o el bip bip de la radio midieran otra cosa, fuera el tiempo de los que no han hecho la estupidez de querer regresar a París por la autopista del sur un domingo de tarde…

LA ISLA A MEDIODÍA

La primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo. La pasajera lo había mirado varias veces mientras él iba y venía con revistas o vasos de whisky; Marini se demoraba ajustando la mesa, preguntándose aburridamente si valdría la pena responder a la mirada insistente de la pasajera, una americana de las muchas, cuando en el óvalo azul de la ventanilla entró el litoral de la isla, la franja dorada de la playa, las colinas que subían hacia la meseta desolada. Corrigiendo la posición defectuosa del vaso de cerveza, Marini sonrió a la pasajera. «Las islas griegas», dijo. «Oh, yes, Greece», repuso la americana con un falso interés.

LA NOCHE BOCA ARRIBA

La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. «Natural», dijo él. «Como que me la ligué encima…»

LA SEÑORITA CORA

No entiendo por qué no me dejan pasar la noche en la clínica con el nene, al fin y al cabo soy su madre y el doctor De Luisi nos recomendó personalmente al director. Podrían traer un sofá cama y yo lo acompañaría para que se vaya acostumbrando, entró tan pálido el pobrecito como si fueran a operarlo en seguida, yo creo que es ese olor de las clínicas, su padre también estaba nervioso y no veía la hora de irse, pero yo estaba segura de que me dejarían con el nene. Después de todo tiene apenas quince años y nadie se los daría, siempre pegado a mí aunque ahora con los pantalones largos quiere disimular y hacerse el hombre grande.

LAS MÉNADES

─Ahí tiene, ahí tiene a un hombre que ha conseguido lo que pocos. No sólo ha formado una orquesta sino un público. ¿No es admirable?

─Sí ─dije yo con mi condescendencia habitual.

─A veces pienso que debería dirigir mirando hacia la sala, porque también nosotros somos un poco sus músicos.

─No me incluya, por favor ─dije─. En materia de música tengo una triste confusión mental. Este programa, por ejemplo, me parece horrendo. Pero sin duda me equivoco.

LEJANA

30 de enero

Pobre Luis María, qué idiota casarse conmigo. No sabe lo que se echa encima. O debajo, como dice Nora que posa de emancipada intelectual.

PÁGINA ASESINA

En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.

RAYUELA (CAPÍTULO 68)

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

LOS REYES

TESEO


Vine a eso. A matarte y callar. Sólo mientras Ariana esté en peligro. Apenas la alce a mi nave, todo yo seré voz gritando tu muerte, para que el aire caiga como una plaga en la cara de Minos.

MINOTAURO


Iré delante de ti, trepado en el viento.

TESEO


No serás más que un recuerdo que morirá con el caer del primer sol.

MINOTAURO


Llegaré a Ariana antes que tú. Estaré entre ella y tu deseo. Alzado como una luna roja iré en la proa de tu nave. Te aclamarán los hombres del puerto. Yo bajaré a habitar los sueños de sus noches, de sus hijos, del tiempo inevitable de la estirpe. Desde allí cornearé tu trono, el cetro inseguro de tu raza… Desde mi libertad final y ubicua, mi laberinto diminuto y terrible en cada corazón de hombre.

EL SENTIMIENTO DE LO FANTÁSTICO

Ya no sé quién dijo, una vez, hablando de la posible definición de la poesía, que la poesía es eso que se queda afuera, cuando hemos terminado de definir la poesía. Creo que esa misma definición podría aplicarse a lo fantástico, de modo que, en vez de buscar una definición preceptiva de lo que es lo fantástico, en la literatura o fuera de ella, yo pienso que es mejor que cada uno de ustedes, como lo hago yo mismo, consulte su propio mundo interior, sus propias vivencias, y se plantee personalmente el problema de esas situaciones, de esas irrupciones, de esas llamadas coincidencias en que de golpe nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad tienen la impresión de que las leyes, a que obedecemos habitualmente, no se cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su lugar a una excepción.

Ese sentimiento de lo fantástico, como me gusta llamarle, porque creo que es sobre todo un sentimiento e incluso un poco visceral, ese sentimiento me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida, desde muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante.

SOBRE EL CUENTO

Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, hay solamente un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya que las nociones de significación, de intensidad y de tensión han de permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la estructura misma del cuento.

ULISSES A L’INFERN: LA DIVINA COMEDIA

ULISSES A L’INFERN

Dante, Divina Comèdia, Infern, Cant XXVI, vv. 90-142.

gittò voce di fuori, e disse: «Quando

mi diparti’ da Circe, che sottrasse

me più d’un anno là presso a Gaeta,

prima che sì Enëa la nomasse,

né dolcezza di figlio, né la pieta

del vecchio padre, né ‘l debito amore

lo qual dovea Penelopè far lieta,

vincer potero dentro a me l’ardore

ch’i’ ebbi a divenir del mondo esperto

e de li vizi umani e del valore;

ma misi me per l’alto mare aperto

sol con un legno e con quella compagna

picciola da la qual non fui diserto.

L’un lito e l’altro vidi infin la Spagna,

fin nel Morrocco, e l’isola d’i Sardi,

e l’altre che quel mare intorno bagna.

Io e ‘ compagni eravam vecchi e tardi

quando venimmo a quella foce stretta

dov’Ercule segnò li suoi riguardi

acciò che l’uom più oltre non si metta;

da la man destra mi lasciai Sibilia,

da l’altra già m’avea lasciata Setta.

«O frati», dissi, «che per cento milia

perigli siete giunti a l’occidente,

a questa tanto picciola vigilia

d’i nostri sensi ch’è del rimanente

non vogliate negar l’esperïenza,

di retro al sol, del mondo sanza gente.

Considerate la vostra semenza:

fatti non foste a viver come bruti,

ma per seguir virtute e canoscenza».

Li miei compagni fec’io sì aguti,

con questa orazion picciola, al cammino,

che a pena poscia li avrei ritenuti;

e volta nostra poppa nel mattino,

de’ remi facemmo ali al folle volo,

sempre acquistando dal lato mancino.

Tutte le stelle già de l’altro polo

vedea la notte, e ‘l nostro tanto basso,

che non surgëa fuor del marin suolo.

Cinque volte racceso e tante casso

lo lume era di sotto da la luna,

poi che ‘ntrati eravam ne l’alto passo,

quando n’apparve una montagna, bruna

per la distanza, e parvemi alta tanto

quanto veduta non avëa alcuna.

Noi ci allegrammo, e tosto tornò in pianto;

ché de la nova terra un turbo nacque

e percosse del legno il primo canto.

Tre volte il fé girar con tutte l’acque;

a la quarta levar la poppa in suso

e la prora ire in giù, com’altrui piacque,

infin che ‘l mar fu sovra noi richiuso».

Traducció al castellà:

lanzó afuera la voz y dijo: Cuando

me alejé de Circe, que me retuvo

más de un año preso en Gaeta,

antes que así Eneas la nombrara,

ni la dulzura del hijo, ni la piedad

del viejo padre, ni el debido amor

que debía a Penélope hacer dichosa,

vencer pudieron dentro de mí el ardor

que tuve de hacerme del mundo experto

y de los vicios humanos y de su valor;

antes, me lancé por el alto mar abierto

con sólo un barco y con aquellos compañeros

pocos, de los que no fui abandonado.

De costa en costa vi al final los límites de España,

hasta el Marruecos, y la isla de los Sardos,

y las otras que aquel mar en torno baña.

Yo y mis compañeros éramos viejos y tardos

cuando llegamos a aquella fosa estrecha

donde Hércules marcó sus dos resguardos

para que el hombre más allá no se meta;

a la derecha mano dejé Sevilla,

de la otra ya había dejado Ceuta.

“¡Oh hermanos”, dije, “que por cien mil

peligros habéis llegado a occidente,

de esta tan pequeña vigilia

de nuestro sentidos remanente

no queráis negaros la experiencia,

siguiendo al Sol, hacia el mundo sin gente

Considerad vuestra simiente:

hechos no fuisteis para vivir como brutos,

sino para perseguir virtud y conocimiento”.

Mis compañeros tornáronse tan ansiosos,

con esta mi breve arenga, de seguir camino,

que apenas podría con esfuerzo contenerlos;

y, vuelta nuestra popa a la mañana,

de los remos hicimos alas para el loco vuelo,

avanzando siempre por el lado izquierdo.

Todas las estrellas ya del otro polo

veía la noche, y el nuestro tan abajo,

que no asomaba fuera del marino suelo.

Cinco veces encendida y tantas apagadas

pasó la luz por debajo de la Luna,

luego que entrados fuimos en aquel gran paso,

cuando apareció una montaña, bruna

en la distancia, y parecióme tan alta

como no había visto nunca una.

Nos alegramos, aunque enseguida volvióse llanto,

porque de la nueva tierra un torbellino nació

que golpeó al leño en su primer lado.

Tres vueltas nos hizo girar con toda el agua;

y en la cuarta se alzó la popa en alto,

como a Otro plugo, y la proa se fue abajo,

y al fin el mar sobre nosotros volvió a cerrarse.

Traducció al català:

llançà fora una veu, i digué:

«Quan vaig deixar Circe, que em va retenir

més d’un any per allà prop de Gaeta,

abans que Eneas li donés el nom,

ni la dolçor del fill, ni la pietat

pel meu vell pare, ni l’amor degut,

que hauria fet Penèlope contenta,

no van poder vèncer en mi l’ardor

que tenia de fer-me expert del món

i dels vicis i valors dels humans;

i vaig entrar en l’alta mar oberta

sol amb la nau i aquella companyia

petita que mai no m’havia deixat.

Vaig veure els dos litorals fins a Espanya,

fins al Marroc i a l’illa de Sardenya,

i les altres que banya aquesta mar.

Jo i els companys érem ja vells i lents

quan arribàrem a aquell pas estret

on Hèrcules deixà els seus dos senyals

a fi que els homes no vagen més lluny;

a mà dreta vàrem deixar Sevilla,

i a l’altra mà havíem deixat Ceuta.

‘Oh germans’, els vaig dir, ‘que per cent mil

perills heu arribat a l’occident,

a aquesta breu vigília dels sentits

que encara ens queda per aprofitar

no li vulgueu negar l’experiència

del món sense habitants, seguint el sol.

Recordeu-vos de la vostra llavor:

no vau ser fets per viure com les bèsties,

sinó adquirint virtut i coneixença.’

Vaig donar als companys tan gran desig

de fer camí, amb aquest petit discurs,

que a penes si els podia retenir;

i, amb la popa girada a l’orient,

dels rems vam fer ales per a un vol boig,

sempre guanyant camí cap a l’esquerra.

A la nit veia totes les estrelles

de l’altre pol, i el nostre era tan baix

que no s’alçava ja del sòl del mar.

Cinc vegades s’encengué i s’apagà

la llum que es veu per sota de la lluna

després de travessar el pas terrible,

quan va sorgir una muntanya, bruna

per la distància, i em semblà tan alta

com no n’havia vista mai cap altra.

La nostra joia aviat es tornà plor:

de la nova terra nasqué un gran vent

que va envestir el vaixell per davant.

El féu girar tres voltes amb les aigües;

a la quarta, la popa es va aixecar

i la proa baixà, com volgué un altre,

fins que damunt nostre es tancà la mar».

Aquest fragment apareix al Cant XXVI de l’Infern, és adir, quan Dante ja es troba al Baix Infern, on es castiguen els pecats més greus, just després que el monstruós Gerió els hagi portat als seus lloms a ell i al seu guia Virgili per assolir el vuitè cercle o “Malebolge” (mals fossats o males bosses), i abans d’arribar al gelat Cocit, el cercle novè i darrer dels traïdors. Aquí hi penen els fraudulents (en un sentit ampli de la paraula, doncs inclou alcavots, seductors, aduladors, simoníacs, bruixots, hipòcrites, lladres, mals consellers, sembradors de discordia i de cisma i falsadors) i, en aquest cas concret, Ulisses i el seu company Diomedes es troven a la fossa vuitena del cercle vuitè, dedicada als consellers fraudulents, castigats a cremar eternament envoltats de flames.

Dante veu una flama amb dos caps o flama cornuda, amb dues llengües de foc, i li pregunta a Virgili de qui es tracta i aquest li contesta que a dins hi són martiritzats Ulisses i Diomedes per la farsa del cavall de fusta que obrí la porta de Troia, d’on prové la llavor dels romans, i també castigats per l’engany fet a Deidamia (Ulisses va convencer Aquil.les que el seguís a la guerra i abandonés la filla del rei d’Esciros) i pel furt del Pal.ladi, imatge sagrada de Minerva que es guardava a Troia. Dante demana de parlar-ne, però Virgili li diu que és millor que ho provi ell perquè són grecs. Finalment la doble flama s’acosta i el poeta romà els pregunta “com i quan els va prescriure el bategar del cor”. És aleshores quan comença el fragment sel.leccionat i Ulisses ens relata la seva aventura final, que no coincideix en absolut amb la imatge de l’heroi que ens va transmetre Homer a l’Odissea.

Si seguim el fragment destacat, podem veure que primer fa referència a la fetillera Circe i la seva estada d’un any amb ella a Gaeta i la referencia a Eneas (la seva font principal és evidentment l’Eneida del seu admirat Virgili), doncs la va anomenar així a partir del nom de la seva dida allí morta i enterrada (Caieta).

A continuació, diferint clarament d’Homer, esmenta que ni el record de la dolçor pel fill (Telèmac), ni la pietat pel pare (Laertes) o l’amor per l’esposa (Penèlope) van tenir prou força per retenir-lo. El model d’aquest Ulisses aventurer, que ho sacrifica tot al desig d’explorar i saber (tan humanista i pre-renaixentista), el va llegir Dante a Ciceró i Horaci, i ens explica com va explorar els confins de la terra per l’estret de Gibraltar, les columnes d’Hèrcules, citant les costes d’Espanya i Marroc i l’illa de Sardenya i les ciutats de Sevilla i Ceuta. Aquest va ser el seu darrer viatge, tot un repte per assolir l’inexplorat al qual li escau la famosa arenga que adreça als companys de viatge, els germans que per cent mil perills han arribat fins al límit occidental del món, per encendre en ells el desig del coneixement que omple la vida de l’ésser humà i el diferencia de les bèsties, tot i que ja són vells, i voler arribar a conèixer la part del món deshabitada. Aquestes paraules d’Ulisses encenen els cors de la tripulació que avança en una empresa insensata (“folle”) dins l’hemisferi austral. Quan feia cinc mesos que navegaven, arriben a la muntanya del Purgatori, però l’alegria s’esvaeix per l’arribada d’un temporal que fa volcar la barca i se’ls presenta la mort, “el mar es va cloure damunt nostre”, per voluntat divina i acceptada sense plany, i potser com a càstig per la seva gosadia. Com diu Hugo Friedrich, citat per Borges: el viatge és un desafiament que acaba en una catástrofe, que no és només el destí de l’home simó la paraula de Déu.

En resum, el Dant no coneixia les epopeies d’Homer i la seva informació sobre Ulisses prové d’altres fonts clàssiques de la literatura llatina (Virgili, Horaci, Ciceró, Estaci, Ovidi…) i de fonts medievals llegendàries que narraven altres viatges de l’heroi, com el que el va portar a fundar la ciutat de Lisboa. Els grecs coneixien Lisboa com a Ulyssipo, Olissipo, «Olissipona», doncs creien que derivaba d’Ulisses / Odisseu, atès que aquesta fou la ciutat que va ser fundada per ell a la vora del riu Tajo després de fugir de Troia i abans de partir cap a l’Atlàntic; «Ibi oppidum Olisipone Ulixi conditum: ibi Tagus flumen.», com recollirà posteriorment el poeta èpic portuguès Luís de Camões en Os Lusíadas (1572).

Però més enllà de tot això, la seva intenció és bastir la imatge d’un heroi negatiu, contrari al seu admirat Eneas, pietós, sacrificat, conscient de la seva missió fundadora d’una estirp gloriosa, els romans representats aquí per Virgili. Recordem que l’Ulisses de la Divina Comèdia és a l’infern, castigat per frau al cercle vuitè, i que se’ns relata la seva mort. Per a nosaltres és un heroi modern, agosarat, intel.ligent i astut, fins i tot mentider si cal, proteic i multiforme, més humà i interessant, a diferència del monolític Eneas, preferit pel Dant. Tot i això es pot veure una espurna d’admiració envers l’Ulisses ànima que cantà Joan Maragall, com assenyala Sagarra, quan el nostre poeta li cedeix la paraula i pronuncia el discurs (la “orazion piccola”) que exalta els ànims de la seva tripulació i on podem albirar aquest nou esperit humanista que ja respira l’obra de Dante:

‘Oh germans’, els vaig dir, ‘que per cent mil

perills heu arribat a l’occident,

a aquesta breu vigília dels sentits

que encara ens queda per aprofitar

no li vulgueu negar l’experiència

del món sense habitants, seguint el sol.

Recordeu-vos de la vostra llavor:

no vau ser fets per viure com les bèsties,

sinó adquirint virtut i coneixença.’

Finalment, Borges comenta que tota la Divina Comedia és un repte agossarat, un magne desafiament i que en alguns fragments Dante simbolitza el seu conflicte mental i la càrrega emocional del procés creatiu, i que aquesta és potser la més gran virtut de l’obra: “Dante fue Ulises y de algún modo pudo temer el castigo de Ulises”.

Per a més informació:

Dante Alighieri: Divina Comèdia. Traducció i comentaris de Josep Maria de Sagarra. Quaderns Crema, In Amicorum, 14, Barcelona, 2000.

Borges, Jorge Luis: “El último viaje de Ulises”, en Nueve ensayos dantescos (1982), en Obras Completas vol. IV, Círculo de lectores, Barcelona, 1993, págs. 256-259.

http://www.laserpblanca.com/el-ultimo-viaje-de-ulises-borges-15

Borges, Jorge Luis: Siete noches (1980). “La Divina Comedia” (noche 1), en Obras Completas vol. IV, Círculo de lectores, Barcelona, 1993, págs. 101-115.

http://www.youtube.com/watch?v=AHBYA7-ldQc (audio de la conferencia de Borges)

http://es.wikipedia.org/wiki/Infierno:_Canto_Vig%C3%A9simo_sexto

http://paola-literatura.blogspot.com.es/2011/01/dante-analisis-canto-xxvi.html

http://litiava.blogspot.com.es/2013/09/analisis-del-canto-xxvi-del-infierno.html

http://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=14&ved=0CEMQFjADOAo&url=http%3A%2F%2Frevistas.ucm.es%2Findex.php%2FCFIT%2Farticle%2Fdownload%2FCFIT0000130085A%2F17812&ei=3MvoUurgJ8aS7AbMtoD4AQ&usg=AFQjCNHQ31IPdQeMHe0Z29MOcAcjPTGhDA

CONTE DE NADAL 2

Després de «Quieta nit», publicat a Cròniques de la veritat oculta (1955), avui us ofereixo “Reunió d’alt nivell”, d’Un estrany al jardí (1985), on també es tracta de l’assumpte en qüestió amb peculiar ironia i s’ofereix una solució al dilema de triar entre les diferents tradicions nadalenques: Pare Noel o tres Reis d’Orient?

REUNIÓ D’ALT NIVELL

Llegeix el conte aquí

CONTE DE NADAL 1

A més del mestres del conte de Nadal en llengua anglesa (penso en els tres meus favorits: l’Scrooge deDickens, el regal de O.Henry i la història d’Auggie Wren de Paul Auster), nosaltres tenim un autor que van conrear sovint i de forma molt personal aquest subgènere. Us n’oferiré dos exemples del Pere Calders. El primer és força conegut pel seu factor sorpresa i perquè va ser dramatitzat,. entre d’altres relats de l’autor, a l’Antaviana de Dagoll Dagom.

PERE CALDERS: QUIETA NIT

Tot just acabàvem de sopar (i sentíem encara el pessigolleig del xampany al nas), quan van trucar a la porta.

L’Agustina, des de la cuina, tombà una cadira en alçar-se. Qui sap quina atenció ens va correspondre a tots, que acordàrem un silenci i ens miràrem els uns als altres, seguint amb l’oïda la fressa lenta de la minyona. El passador va fer el xerric de sempre i, en canvi, l’Agustina deixà sentir una exclamació tan desacostumada, que l’Ernest intentà acudir-hi ràpidament. Però no tingué temps, perquè la figura rodona i vermella d’un Pare Noel obstruí la porta del menjador. Duia un sac de tela blanca a l’esquena, i les filagarses de la barba el van fer esternudar dues o tres vegades.

– Fa fred, al carrer – va dir, per justificar-se. I, de seguida, mentre picava de mans (potser per desentumir-se o per encomanar animació ), preguntà –: ¿On són els nens?

L’Ernest el va agafar per la mànega i el contacte de la franel·la li donà una esgarrifança.

– Són a dalt, dormint. Però si no parla més baix, els despertarà –digué.

– El despertar nens forma part de la meva feina.

La Isabel va enutjar-se i (vet ací una virtut seva) ens va tornar l’aplom a tots amb unes paraules plenes de sentit:

– Li han donat una mala adreça. En aquesta casa fem Reis.

Estirà el braç dret, assenyalant el pessebre que ocupava tot l’angle de l’habitació, i va mantenir una actitud estatuària, esperant que la visita comprengués el mal gust d’una més llarga permanència.

El vell deixà el sac a terra calmosament, va abaixar el braç de la Isabel amb un gest despreocupat i contemplà el pessebre durant una bona estona.

– És infantil –digué al final, pejorativament.

Va estar a punt d’escapar-se-li el riure, però es dominà, en un visible esforç per no ofendre. I això no obstant, a despit de l’aire superior que irradiava d’una manera natural, observàrem que se sentia molest.

Ens havíem alçat tots nosaltres, i a cada un dels silencis que es produïen es feia més evident que la situació podria esdevenir tensa d’un moment a l’altre. La mare, deliberadament impregnada d’esperit nadalenc, volia enllestir l’escena sense ferir els sentiments de ningú, i a intervals gairebé regulars es dirigia al Pare Noel i li deia:

– Si abans d’anar-se’n volgués prendre una copeta…

Però ell es veia particularment entossudit a demostrar que no s’equivocava mai i que si havia entrat a casa era perquè l’assistia alguna raó important. No era qüestió de nens ni de joguines, digué, sinó d’evitar que la institució que representava pogués incórrer en desprestigi.

– Podeu suposar que no vaig casa per casa, a cegues, preguntant si necessiten cavalls o nines de cartó.

– Qui sap! –contestà la Isabel–. Els protestants es valen de recursos més absurds, encara, per a obtenir la difusió de llurs idees.

Semblava que aquestes paraules, pel to en què foren dites, havien d’irritar el Pare Noel. Però amb tota calma, gairebé amb un somriure de bonhomia, respongué:

– Això no té res a veure, senyoreta. Seria pueril! Cada any porto regals als nebots d’un bisbe que tothom diu que arribarà a cardenal.

L’Enric , que fins llavors havia callat, intervingué per dir:

– Ens estem allunyant del tema. Ací som liberals i ja va bé que cada u pensi com vulgui. Però en aquest cas se’ns ofereix un servei que no creiem haver sol·licitat.

– Potser no; però jo no puc admetre que m’arribés a succeir el que passa als bombers, que quan algú, per error o estulta diversió, els dóna l’alarma d’un foc que no existeix, tothom afirma no saber-ne res.

Una vegada més la Isabel trobà paraules definitives:

– Sigui com sigui, actua a la descoberta. En aquesta casa no fem arbre. Té algun sentit la seva presència, sense l’arbre?

El Pare Noel va desconcertar-se i àdhuc empal·lidí visiblement. Es recolzà a la taula, mentre passejava una mirada perduda per tot el menjador.

En aquell moment van baixar el nen i la nena, amb els ulls esbatanats. La nena, assenyalant el vell, preguntà:

– Qui és aquest municipal tan estrany?

– És el Santa Claus, bleda. Te’l vaig ensenyar fa poc en un anunci de “Saturday Evening Post” –va respondre el nen.

La Isabel, a qui la presència dels petits havia fet créixer l’enuig, es dirigí severament a l’Ernest, en to de reny.

– Veus? Per això em sap greu que portis aquesta mena de revistes.

I, aprofitant la frase començada, mirà de reüll el Pare Noel i afegí:

– Fullejant-les, els nens s’acostumen a idees i noms que ens són absolutament forasters.

El nostre visitant va incorporar-se. Semblava com si, d’una manera sobtada, li hagués vingut la inspiració d’una rèplica. S’ajupí i preguntà al nen:

– Tu no has demanat una escopeta?

– Sí.

– Ja ho veuen. Això vol dir que no m’he presentat sense més ni més. Porto l’escopeta demandada.

Però el nen, a qui havien inculcat, com a tots els membres de la família, un fort sentiment d’equip, no es va deixar seduir.

– Quina mena d’escopeta porta?

– És d’aire comprimit, automàtica, amb balins de plom.

– Ah, no! Així no. Com aquesta que diu, en tinc dues d’arraconades, que guardo només per a quan ens vénen a veure criatures més petites. Jo vaig demanar una Sanger calibre 22, amb mira telescòpica. En té alguna d’aquestes?

– No.

El nen es va arronsar d’espatlles com si ni tan sols valgués la pena de parlar-ne. Un somriure de polemistes satisfets es va fer inevitable en cada un de nosaltres. El Pare Noel, tan ponderat en les estampes, va donar un cop de puny damunt la taula.

– Vaja, prou! Estic acostumat que em rebin bé. A veure si hauré de demanar per favor que m’acceptin uns quants obsequis!

– Ací no hem demanat res.

– Si fos cert això constituiria una raó de més per a estimar una generositat tan espontània.

La mare va trobar, de sobte, que la qüestió presentava un caire nou.

“De totes maneres, si el senyor s’entesta a deixar alguna cosa i no hem de signar cap paper…” Però la Isabel li va tallar la frase:

– Mamà! No podem prescindir dels sentiments, per uns quants regals.

Els nostre visitant, les galtes del qual anaven perdent la vermellor de la bonhomia per a adquirir un indescriptible matís d’irritació, va dedicar a la Isabel unes paraules que podien semblar impertinents. I fou aleshores que l’Eudald, el jove esportiu de la família, el dels impulsos arrauxats i sense mesura, intervingué per primera vegada. Va agafar el Pare Noel per la roba i li digué, amenaçadorament:

– Si no fos per l’uniforme que porta!…

Aquesta escena ens va fer estremir a tots. Perquè un pot tenir les creences que vulgui i arribar a cloure’s dins dels cercles més hermètics, però l’espectacle de la democràcia no ha desfilat d’una manera vana davant els nostres ulls, i ens ha quedat un respecte mínim pels símbol i les representacions d’allò que creuen els altres. La situació, doncs, ens omplí de pena. La mare es va tapar la cara amb un tovalló, somicant, i es queixà que, entre tots, li donàvem una nit de Nadal horrible.

– Senyora: pensi que jo també pateixo– digué el Pare Noel.

I llavors, com si aquestes paraules seves condensessin una suposada crueltat nostra, adoptà un to patètic i ens dirigí un sermó.

Va parlar-nos de la significació resplendent del Nadal, dient que no es deixava portar per la vanitat si afirmava que ell constituïa una de les al·legories més simpàtiques de la diada. “Gairebé a tot el món, milions de nens esperen la visita del vellet revestit de santedat, i fins la gent d’una més primària educació em rep a besades.” (Això darrer, naturalment, ho digué amb una marcada reticència.)

– Suposem –prosseguí– que jo m’hagi presentat per error, o bé, fins i tot, guiat per un afany de proselitisme. I què? La meva causa és noble. Almenys se’m podia oferir seient. Si vostès mateixos, quan l’ocasió arriba, procuren deixar un plat amb aigua i rosegons de pa per als camells dels Reis, ¿no sóc mereixedor d’una més gran gentilesa?

Va ser aclaparador. La mare agità una campaneta i ordenà a l’Agustina que servís moscatell i neules. L’Eudald, amb els ulls humits, va allargar una mà ampla, penedida, i digué, balbucejant, que d’ell, a les bones, se’n podia treure el que es volgués.

S’inicià llavors un breu intermedi de calma. Ens miràvem els uns als altres amb un somriure encantat, i una gran capacitat de perdó ens anava donat somnolència espiritual. L’Ernest, amb un aire perdut i a baixa veu, començà a cantar Quieta nit, i tots vàrem perdre el desfici d’anar seguint el pas del temps.

Qui sap l’estona que hauria durat aquesta pau, si no l’hagués interrompuda el nen:

– Com quedem, doncs? Que fem el salt als Reis?

Heus ací, novament, el problema i la seva indefugible nuditat.

La Isabel va alçar-se d’una revolada i anava a dir alguna cosa amb un clar posat de violència, però el nostre visitant l’aturà amb un gest de les mans. De cop va captenir-se de la manera més elevada que li és generalment atribuïda i va dir:

– Ja me’n vaig. No cal que reprenguem el joc de les paraules dures. Seria inútil negar que la maduresa adquirida pels Drets de l’Home ha ocasionat un esmussament de la fantasia; ja no es poden fer miracles sense el permís explícit de l’interessat. La gent està tan feta malbé pels progressos de la ciència, que no admet més d’un prodigi metafísic per any…

Ignoro en virtut de quina simpatia va captar el curs del meu pensament. El cas és que les seves darreres paraules foren per a mi; va donar-me un cop amical a l’esquena, mentre em deia:

– I vostè no s’amoïni. Cregui’m.

La mare, en un afuament de la seva hospitalitat, ordenà:

– Agustina: ajudi el senyor a carregar-se el sac.

El Pare Noel, així, va anar-se’n tal com havia vingut, omplint amb la seva silueta tot el marc de la porta.

Tot just començava a perdre’s el seu trepig damunt la grava del jardí, que el nen es va posar a plorar a crits, dient que volia l’escopeta. La Isabel li va pegar, i reprenguérem després la placidesa nadalenca.

VIRGILI: L’ENEIDA. PER A NO PERDRE’S PER L’HADES: ENEAS

ENEAS AL REGNE DEL MORTS (Virgili: Eneida, Llibre VI)

Descens d’Eneas al reialme dels morts (anomenat Avern, Orc, Dis, Èreb i d’altres moltes formes).

Després d’abandonar Dido per designi dels déus, el seu pare, Anquises, se li apareix en somnis i li diu que vagi a Cumes, on la Sibil.la l’ajudarà a arribar a l’Avern.

Arriba a Cumes (prop de Nàpols), on es troba la Sibil.la (sacerdotessa d’Apol.lo i profetessa). Per entrar li cal la branca d’or, enterrar el cadàver de Misè, fill d’Eol, i seguir un ritual de sacrificis… Davalla amb la Sibil.la amb l’objectiu de trobar-se amb el seu pare, Anquises.

Els sobirans del regne dels morts són Plutó (Dis) i Prosèrpina. Les ànimes que l’habiten són les Ombres, i el Caos és l’espai tenebrós del món subterrani.

Antecedents de catàbasi (descens als inferns) esmentats al Llibre VI: Orfeu, Pòl.lux, Teseu i Hèrcules, el gran Alcida.

Descripció de l’Avern, per part de la Sibil.la de Cumes: “Les portes del negre Dis són obertes nit i dia”, “Tot l’espai central és ple de boscos i els envolta el Cocit lliscant amb les seves negres sinuositats…”.

Hi ha quatre rius: Aqueront, Flegetont, Estix i Cocit, el riu de les Eumènides. L’Aqueront va a parar al Cocit (“vomita tot el seu llot en el Cocit”); només les ombres/ànimes dels difunts sepultats poden travessar-lo. Cal també travessar la llacuna Estígia, que recull les aigües de l’Estix. I a l’Elisi hi ha un altre riu, el Lete, que produeix en les ànimes l’oblit de la vida passada a la terra.

Estructura de l’Avern:

“Avançaven com ombres en la solitud de la nit a través de la fosca, de les estances desertes de Dis, dels sens reialmes espectrals: com algú que camina entre els arbres sota l’escassa claror d’una lluna inestable, quan Júpiter ha cobert d’ombres el cel i la fosca de la nit ha deixat el món sense colors. Davant el vestíbul mateix, davant les primeres gorges de l’Orc, tenen el seu estatge el Plor i els Remordiments venjatius, hi habiten les pàl·lides Malalties i la trista Vellesa, la Por, i la Fam, que és mala consellera, i la sòrdida Pobresa, espectres d’aparença terrible, i la Mort i el Sofriment; després el Sopor, germà de la Mort, i els Plaers que danyen l’ànima, i a la porta d’enfront, la mortífera Guerra, les alcoves de ferro de les Eumènides, i la folla Discòrdia amb la seva cabellera d’escurçons lligada amb cintes sangonoses. Al mig, estén el seu brancatge i els seus braços seculars un om frondós, immens, on, segons la creença general, fan estada els Somnis vans, arrapats a totes les seves fulles. A més, nombrosos espectres de diverses bèsties monstruoses tenen els seus estatges davant aquestes portes: els Centaures, les Escil·les de doble cos, Briareu amb els seus cent braços, la bèstia de Lerna amb els seus horribles xiulets, la Quimera armada de flames, les Gòrgones, les Harpies i la forma del Fantasma de triple cos.” (es refereix a Geríon)

1.      Morts sense sepultura: “Tota aquesta multitud que veus és la gent mancada de tot i sense sepultura”. Mancats d’honors funeraris, no poden travessar l’Aqueront (entre ells, Palinur).

2.   Riu Aqueront, per travessar-lo cal pujar a la barca de Caront i pagar amb l’òbol. Eneas i la Sibil.la ho fan gràcies a la branca daurada.

3.    Pre Infern: la Sibil.la adorm Cèrber, gos monstruós de tres caps que guarda l’entrada. En el primer llindar hi són els infants, els innocents acusats en fals. S’esmenta a Minos com a jutge (més endavant sortirà el seu germà Radamant). Després, els suïcides (on entre d’altres hi apareix Dido), i, en els camps més extrems, els guerrers famosos: troians i grecs (Deífob, fill de Príam i Hècuba que es casà amb Hèlena després de la mort de Paris; es recorda el final de Troia).

«S’acosta la nit, Eneas, i nosaltres passem les hores en lamentacions. Aquest és el lloc on el camí es bifurca en dues direccions: el de la dreta mena a la fortalesa del poderós Dis, i és el que ens durà a l’Elisi; el de l’esquerra porta al compliment del càstig dels malvats i els envia al Tàrtar inclement.»

4.      Infern

4.1.Tàrtar (càstig): ho descriu la Sibil.la perquè Eneas no pot entrar. Governat per Radamant i vigilat per una de les Fúries, Tisífone, al voltant de la fortalesa de triple muralla gira un riu impetuós de flames ardents, el Flegetont. Hi són els Titans, Tícios, Ixíon, Pirítous, Teseu, Flègias

4.2. Elisi (premi): per entrar torna a oferir el branquilló d’or a la deesa Prosèrpina. Veu el riu Lete i es troba amb el seu pare, Anquises; li explica l’origen del món i els misteris de la vida a l’inframón, i el procés de reencarnació; finalment hi desfilen les ànimes que s’encarnaran en els principals personatges de la història de Roma: Silvi (el darrer fill d’Eneas i Lavínia), Procas, Capis, Numitor, Silvi Eneas, Ròmul, Numa, Tul.lus, Cèsar August i tota la descendència de Iulus, Marcel, Claudi Marcel (qui probablement hagués estat el successor d’August, però morí als 19 anys)… tot destacant el paper de Roma en el govern del món:

“D’altres, ho reconec, seran potser més hàbils a arrencar vida al bronze, sabran treure del marbre rostres vivents, defensaran millor les causes, descriuran amb el compàs els moviments de l’univers i prediran la sortida dels astres: tu, romà, no oblidis (aquestes seran les teves arts) que has de governar els pobles amb el teu imperi i coronar la pau amb la llei, perdonar els qui se sotmetin i abatre els superbs.”

 

(les cites són de la versió de Joan Bellès, publicada a Empuries)

Més informació a:

Hades i el Regne dels Morts a “Laberint” + Viatge al Regne dels Morts

Explora l’Hades (en anglès)


Els viatges d’Eneas (mapa interactiu)

Los viajes de Eneas (mapa interactivo)

hades

 

HOMER: L’ODISSEA. PER A NO PERDRE’S PER L’HADES: ODISSEU / ULISSES.

DESCENS A L’HADES D’ODISSEU (Homer: L’Odissea, final Cant X i Cant XI)

Final Cant X:

Circe aconsella Odisseu (o Ulisses, a qui sovint anomenen en epítet èpic “Laercíada, nodrissó de Zeus, molt enginyós Odisseu”) d’anar a l’Hades i escoltar l’oracle de Tirèsias:

“Cal que facis un altre viatge i que arribis fins a la mansió d’Hades i de la terrible Persèfone per consultar l’esperit del cec endeví de Tebes, Tirèsias.”

Descripció:

“Quan hagis traspassat l’Ocèan amb la nau i arribis a una costa baixa on hi ha els boscos de Persèfone, amb alts pollancres negres i salzes que no donen fruit, amarra-hi l’embarcació arran de l’Ocèan de corrents profunds i vés a la mansió d’Hades, tota coberta de verdet. Hi ha un lloc a l’Aqueront on desemboquen el Piriflegetont i el Cocit, que és una branca de l’aigua de la llacuna Estígia.”

S’esmenten els rius:

        Aqueront (“riu de l’aflicció”), a la seves ribes hi ha el Prat dels Asfòdels.

        Piriflegetont (“riu del foc ardent”)

        Cocit (“riu de les lamentacions”)

I l’Èreb, l’abisme tenebrós entre la terra i l’Hades.

Circe li ordena de fer libacions i sacrificis i sobre aquests li comenta:

“I tu amb l’espasa punxeguda desembeinada d’arran de la cuixa, asseu-te i no permetis que els caps mancats de força dels morts s’acostin a la sang abans que hagis fet preguntes a Tirèsies”.

Al final d’aquest cant, Elpènor, un company d’Odisseu, mor accidentalment.

Cant XI: El reialme dels morts.

La nau d’Odisseu arriba als confins de l’Ocèan on hi ha la terra dels cimmeris, sempre en tenebres. Segueix les instruccions de Circe i des de l’Èreb acudeixen les ànimes dels difunts i  l’heroi no permet que s’atansin a la sang, que els atrau poderosament.

Ànimes que compareixen:

        Elpènor: li explica com va morir i li demana de ser enterrat.

       L’ànima de la seva mare, Anticlea, que es va suïcidar (va morir de pena pel seu fill).

        Tirèsias de Tebes, que beu la sang i li explica l’oracle: com podrà tornar a Ítaca i com acabaran les seves aventures (feliçment si fa el que li diu).

A partir d’aleshores, seguint el consell de Tirèsias, deixa acostar-se a la sang i beure als difunts amb qui vol parlar o de qui vol saber les seves històries:

        De nou la seva mare, amb qui conversa i li explica com va morir i la situació a Ítaca (la dona, el pare, el fill…)

        Un seguit de dones, totes les que havien estat esposes o filles d’herois: Tiro, Antíope, Alcmena, Mègara, Epicasta (Iocasta, mare d’Èdip), Cloris, Leda, Ifimedea, Fedra. Procris, Ariadna, Mera, Clímene, Erifile.

        Agamèmnon: assassinat a la tornada de Troia per la seva esposa, Clitemnestra, i el seu amant, Egist. Li diu que desconfiï de les dones, tot i que afegeix: “A tu no t’arribarà la mort de mans de la teva esposa”.

        Després apareixen les ànimes del Pelida Aquil.les, Pàtrocle, Antíloc, Aiant (amb qui Odisseu va disputar-se les armes d’Aquil.les), Minos (que administra la justícia als morts), els gegants Orió i Tici (que pateix un suplici semblant al de Prometeu), Tàntal (patint set i gana eternals), Sísif (sostenint l’enorme pedra), Hèracles (amb esment dels 12 treballs que l’imposà el seu cosí Euristeu, especialment quan va baixar a l’Hades a per Cèrber).

Finalment, espaordit, Odisseu decideix marxar i embarcar de nou cap a l’illa d’Eea, on el primer que fan és enterrar Elpènor, i després parlar amb Circe sobre la resta del seu viatge.

(Les cites són de la traducció de Joan Alberich.)

Més informació:

Odissea: el retorn d’Ulisses

Hades i el Regne dels Morts a “Laberint” + Viatge al Regne dels Morts

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RICARDO PIGLIA: EL CUENTO (ONCE ILUMINACIONES EN FORMAS BREVES)

RICARDO PIGLIA: EL CUENTO, en FORMAS BREVES (2005)

I

En uno de sus cuadernos de notas, Chejov registró esta anécdota: «Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida». La forma clásica del cuento está condensada en el núcleo de ese relato futuro y no escrito.

Contra lo previsible y convencional (jugar-perder-suicidarse), la intriga se plantea como una paradoja. La anécdota tiende a desvincular la historia del juego y la historia del suicidio. Esa escisión es clave para definir el carácter doble de la forma del cuento.

Primera tesis: un cuento siempre cuenta dos historias.

II

El cuento clásico (Poe, Quiroga) narra en primer plano la historia 1 (el relato del juego) y construye en secreto la historia 2 (el relato del suicidio). El arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1. Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario.

El efecto de sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta aparece en la superficie.

III

Cada una de las dos historias se cuenta de un modo distinto. Trabajar con dos historias quiere decir trabajar con dos sistemas diferentes de causalidad. Los mismos acontecimientos entran simultáneamente en dos lógicas narrativas antagónicas. Los elementos esenciales del cuento tienen doble función y son usados de manera distinta en cada una de las dos historias. Los puntos de cruce son el fundamento de la construcción.

IV

En «La muerte y la brújula» , al comienzo del relato, un tendero se decide a publicar un libro. Ese libro está ahí porque es imprescindible en el armado de la historia secreta. ¿Cómo hacer para que un gángster como Red Scharlach esté al tanto de las complejas tradiciones judías y sea capaz de tenderle a Lönnrott una trampa mística y filosófica? El autor, Borges, le consigue ese libro para que se instruya. Al mismo tiempo utiliza la historia 1 para disimular esa función: el libro parece estar ahí por contigüidad con el asesinato de Yarmolinsky y responde a una casualidad irónica. «Uno de esos tenderos que han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro publicó una edición popular de la Historia de la secta de Hasidim.» [ Ver documento: La Muerte y la Brújula ] Lo que es superfluo en una historia, es básico en la otra. El libro del tendero es un ejemplo (como el volumen de Las mil y una noches en «El Sur»[ Ver documento: El Sur ], como la cicatriz en «La forma de la espada») de la materia ambigua que hace funcionar la microscópica máquina narrativa de un cuento.

V

El cuento es un relato que encierra un relato secreto.

No se trata de un sentido oculto que dependa de la interpretación: el enigma no es otra cosa que una historia que se cuenta de un modo enigmático. La estrategia del relato está puesta al servicio de esa narración cifrada. ¿Cómo contar una historia mientras se está contando otra? Esa pregunta sintetiza los problemas técnicos del cuento.

Segunda tesis: la historia secreta es la clave de la forma del cuento.

VI

La versión moderna del cuento que viene de Chéjov, Katherine Mansfield, Sherwood Anderson, el Joyce de Dublineses, abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada; trabaja la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca. La historia secreta se cuenta de un modo cada vez más elusivo. El cuento clásico a lo Poe contaba una historia anunciando que había otra; el cuento moderno cuenta dos historias como si fueran una sola.

La teoría del iceberg de Hemingway es la primera síntesis de ese proceso de transformación: lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión.

VII

«El gran río de los dos corazones», uno de los relatos fundamentales de Hemingway, cifra hasta tal punto la historia 2 (los efectos de la guerra en Nick Adams), que el cuento parece la descripción trivial de una excursión de pesca. Hemingway pone toda su pericia en la narración hermética de la historia secreta. Usa con tal maestría el arte de la elipsis que logra que se note la ausencia de otro relato.

¿Qué hubiera hecho Hemingway con la anécdota de Chejov? Narrar con detalles precisos la partida y el ambiente donde se desarrolla el juego, y la técnica que usa el jugador para apostar, y el tipo de bebida que toma. No decir nunca que ese hombre se va a suicidar, pero escribir el cuento como si el lector ya lo supiera.

VIII

Kafka cuenta con claridad y sencillez la historia secreta y narra sigilosamente la historia visible hasta convertirla en algo enigmático y oscuro. Esa inversión funda lo «kafkiano».

La historia del suicidio en la anécdota de Chejov sería narrada por Kafka en primer plano y con toda naturalidad. Lo terrible estaría centrado en la partida, narrada de un modo elíptico y amenazador.

IX

Para Borges, la historia 1 es un género y la historia 2 es siempre la misma. Para atenuar o disimular la monotonía de esta historia secreta, Borges recurre a las variantes narrativas que le ofrecen los géneros. Todos los cuentos de Borges están construidos con ese procedimiento.

La historia visible, el cuento, en la anécdota de Chejov, sería contada por Borges según los estereotipos (levemente parodiados) de una tradición o de un género. Una partida de taba entre gauchos perseguidos (digamos) en los fondos de un almacén, en la llanura entrerriana, contada por un viejo soldado de la caballería de Urquiza, amigo de Hilario Ascasubi. El relato del suicidio sería una historia construida con la duplicidad y la condensación de la vida de un hombre en una escena o acto único que define su destino.

X

La variante fundamental que introdujo Borges en la historia del cuento consistió en hacer de la construcción cifrada de la historia 2 el tema del relato. Borges narra las maniobras de alguien que construye perversamente una trama secreta con los materiales de una historia visible. En «La muerte y la brújula», la historia 2 es una construcción deliberada de Scharlach. Lo mismo ocurre con Azevedo Bandeira en «El muerto», con Nolam en «Tema del traidor y del héroe».

Borges (como Poe, como Kafka) sabía transformar en anécdota los problemas de la forma de narrar.

XI

El cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto. Reproduce la búsqueda siempre renovada de una experiencia única que nos permita ver, bajo la superficie opaca de la vida, una verdad secreta. «La visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo inmediato», decía Rimbaud.

Esa iluminación profana se ha convertido en la forma del cuento.

LEWIS CARROLL: LA CAZA DEL SNARK (TEXTO)

LA CAZA DEL SNARK

Agonía en ocho espasmos

Lewis Carroll

 

DEDICATORIA

Ataviada con traje de varón, adecuado a sus varoniles

ocupaciones, esgrime con entusiasmo el azadón.

Pero le encantaría recostarse en la amistosa rodilla

y escuchar el cuento que a él le gusta contar.

Rudos espíritus abocados a vanas quimeras

e indiferentes a su impoluta vivacidad,

decidme si consideráis que he desperdiciado

horas de mi vida vacías de todo placer.

Sigue hablando, dulce niña, y rescata del tedio corazones

que sabias conversaciones no rescatan.

Feliz aquél que posee la más tierna dicha:

¡el amor de una niña!

Alejaos, apasionados pensamientos, ¡no turbéis más mi alma!

El trabajo reclama mis desveladas noches, mis afanosos días.

Mas los radiantes recuerdos de esa soleada playa

aún hechizan mi soñadora mirada.

 

Canto primero

EL DESEMBARCO

“¡Excelente lugar para el snark!”, exclamó el capitán,

a la vez que desembarcaba con sumo cuidado a su tripulación:

ensortijando los cabellos de cada marinero en su dedo,

les ponía fuera del alcance de la olas.

“¡Excelente lugar para el snark!”, repitió,

como si esta sola frase debiera estimular a la tripulación.

“¡Excelente lugar para el snark!, y lo digo por tercera vez.

Recordad, todo lo que os diga tres veces es siempre verdad.”

La tripulación estaba completa. Contaba con un limpiabotas,

un sombrerero que también hacía capuchas;

un abogado, a quien trajeron para que pusiera orden en sus

disputas; y un tasador, para que valorase sus pertenencias.

Un empleado de los billares, hombre de inmensa habilidad,

y que quizás se habría hecho con algo más de lo que

le correspondía de no haber sido por un banquero, contratado

con un enorme gasto, y que era quien administraba el dinero.

Un castor también había, que marcaba el paso sobre la

cubierta y que, a veces, se sentaba en la proa a hacer encaje.

A menudo les había salvado del naufragio, según explicó el

capitán, aunque ninguno de los marineros supo cómo.

Había un tipo famoso por la cantidad de cosas

que olvidó en tierra al embarcar

su paraguas, su reloj, todas sus alhajas y anillos

y la ropa que había comprado para la expedición.

Tenía cuarenta y dos baúles, todos cuidadosamente

embalados y con su nombre claramente rotulado en ellos;

pero, como omitió decir que los tenía,

todos se quedaron en la playa.

En realidad, apenas le importó la pérdida de sus ropas,

pues cuando embarcó traía puestos siete abrigos

y tres pares de botas. Lo peor de todo fue

que… ¡había olvidado completamente su nombre!

Respondía al grito de “¡eh!” o a cualquier grito fuerte,

como “¡fríame!” o “¡fría mi peluca!”

También, al de “¡como se llame!” o “¿cuál era su nombre?”,

pero especialmente a “¡como diantre se llame!”

Mientras que, para aquellos que preferían palabras más

concluyentes, tenía varios nombres; por ejemplo,

sus amigos más íntimos le llamaban “velilla”

y sus enemigos “queso tostado”.

“Su aspecto es desgalichado y su intelecto corto”,

solía hacer notar a menudo el capitán,

“pero su valor es perfecto y, después de todo,

esto es lo que se necesita con un snark.”

Solía bromear con las hienas y les sostenía la mirada,

con un impúdico movimiento de cabeza.

Y cuentan que una vez fue a pasear, zarpa con zarpa, con un

oso, “para mantener el ánimo”, según explicó.

Vino de panadero, y confesó cuando era demasiado tarde

—con lo que volvió medio loco al pobre capitán—

que sólo sabía hacer tarta nupcial, para lo cual debo decir

que ni había ni iba a haber ingredientes.

El último miembro de la tripulación necesita descripción

especial, aunque tenía un increíble aspecto de zopenco.

No tenía más que una idea, que era la del snark;

por ello el buen capitán le contrató al momento.

Vino de carnicero, pero declaró con gran seriedad,

cuando hacía una semana que el barco había zarpado,

que sólo sabía matar castores. El capitán se asustó:

vamos, que estaba demasiado aterrado para hablar.

Pero finalmente explicó, en tono trémulo

que sólo había un castor a bordo,

que era de su propiedad y tenía domesticado,

y cuya muerte deploraría profundamente.

El castor, que casualmente oyó esta observación,

protestó con lágrimas en los ojos

y dijo que ni siquiera el éxtasis de cazar el snark

podría compensar la funesta sorpresa.

Exigió enérgicamente que se transportase

al carnicero en un barco aparte.

Pero el capitán se negó a tomar tal precaución

porque no convenía al plan de la expedición.

“¡La navegación es siempre un difícil arte,

incluso con un sólo barco y una sóla campana!”, exclamo

el capitán, por lo que lamentaba tener que declinar

el hacerse cargo de otro más.

Lo mejor que podía hacer el castor, sin duda alguna,

era procurarse un abrigo de segunda mano a prueba de

cuchillos. Este fue el consejo del panadero. Y luego, que se

hiciera un seguro de vida en alguna compañía de renombre.

Esto sugirió el banquero y le ofreció en alquiler,

a precio módico, o en venta

dos excelentes pólizas: una contra incendios

y otra contra daños por el granizo.

Aún ahora, desde aquel triste día,

siempre que el carnicero aparecía por allí,

el castor miraba hacia el lado contrario

y se mostraba indeciblemente tímido.

 

Canto segundo

EL DISCURSO DEL CAPITÁN

Al capitán todos le ponían en el alto candelero.

¡Qué porte, qué soltura y qué gracia!,

y ¡tan solemne también! Cualquiera podía ver que

era un sabio sólo con mirarle a la cara.

Había comprado un gran mapa que representaba el mar

y en el que no había vestigio de tierra;

y la tripulación se puso contentísima al ver

que era un mapa que todos podían entender.

“¿De qué sirven los polos, los ecuadores,

los trópicos, las zonas y los meridianos de Mercator?

Así gritaba el capitán. Y la tripulación respondía:

“¡No son más que signos convencionales!”

“¡Otros mapas tienen formas, con sus islas y sus cabos!

¡Pero hemos de agradecer a nuestro valiente capitán

el habernos traído el mejor —añadían—,

uno perfecto y absolutamente en blanco!”

Esto era encantador, sin duda, pero enseguida descubrieron

que su capitán, en quien todos confiaban ciegamente,

sólo tenía una noción de cómo cruzar el Océano,

y ésta era ir tocando la campana.

Era pensativo y serio, pero las órdenes que daba

bastaban para desconcertar a toda la tripulación.

Cuando ordenaba: “¡Rumbo a estribor, pero mantengan la

proa a babor!”, ¿qué diablos debía hacer el timonel?

También, a veces, solían confundir el bauprés y el timón,

cosa que, según hizo notar el capitán, ocurría

con frecuencias en climas tropicales cuando el barco

está, por así decirlo, “esnarkado”.

Pero el problema principal estaba en la navegación,

y el capitán, perplejo y acongojado,

confesó que esperaba que, al menos, cuando el viento soplara

hacia el este, el barco no enfilara hacia el oeste.

Pero el peligro había pasado; por fin habían desembarcado

con sus baúles, maletas y sacos.

Sin embargo, la tripulación no quedó complacida con lo que

a primera vista descubrió: ¡despeñaderos y precipicios!

El capitán intuyó que estaban bajos de moral

y, con tono musical, les explicó algunos chistes

que reservaba para momentos de infortunio.

Pero la tripulación no dejó de lamentarse.

Sirvió a todos generosas copas de ponche

y les propuso sentarse en la playa.

Y todos convinieron en que su capitán tenía un porte

sublime, allí firme, aprestándose a soltar su discurso.

“¡Amigos, romanos y paisanos, prestadme vuestros oídos!”

(Todos eran muy aficionados a las citas;

así pues, brindaron a su salud y le dieron tres hurras.

Él, agradecido, les sirvió algo más de ponche.)

“¡Hemos navegado muchos meses, hemos navegado muchas

semanas (cuatro semanas cada mes, recordadlo),

pero hasta el momento (y os lo dice vuestro capitán)

ni hemos visto ni olido al snark!”

“¡Hemos navegado muchas semanas, hemos navegado muchos

días (siete días cada semana, os lo aseguro),

pero hasta ahora ni un snark

sobre el que posar nuestra amorosa mirada!”

“Venid y escuchad mientras os repito

las cinco señales inconfundibles

por las que reconoceréis con plena garantía,

donde quiera que estéis, el genuino snark.

“Digámoslas por orden. La primera es su sabor,

que es escaso y hueco, pero crujiente

como un abrigo que estuviese demasiado ajustado en la

cintura, con aroma a fuego fatuo.

“Tiene el hábito de levantarse tarde;

estaréis de acuerdo en que lo lleva demasiado lejos

cuando os diga que, a menudo, se desayuna para el té de las

cinco y que come al día siguiente.

“La tercera es su lentitud para entender un chiste.

Si te aventuras a explicarle uno,

suspirará como lo haría alguien profundamente desdichado,

y siempre se pone serio ante un juego de palabras.

“La cuarta es su afición a las máquinas de baño.

¡Siempre carga con una tras él!

Y está convencido de que añaden belleza al panorama;

una opinión discutible, a mi entender.

“La quinta es la ambición. Ahora convendrá

describir las diferentes especies,

distinguiendo los que tienen plumas y muerden

de aquellos otros que tienen bigotes y arañan.

“Pues aunque los snarks corrientes no hacen ningún daño,

creo que es mi obligación advertir que algunos son

buchams…” El capitán se interrumpió alarmado.

¡El panadero se había desmayado!

 

Canto tercero

LA HISTORIA DEL PANADERO

Le despertaron con bizcochos; le animaron con hielo,

les despertaron con mostaza y con berros;

le animaron con mermeladas y con juiciosos consejos,

y le pusieron acertijos para que los adivinara.

Cuando por fin se incorporó y pudo soltar palabra,

ofreció explicarles su triste historia.

Y el capitán gritó: “¡Silencio! No quiero oír ni una mosca”,

y agitó su campana con gran excitación.

Se hizo un supremo silencio. Ni un chillido, ni un giro,

apenas algún que otro lamento o gemido se oyó…

mientras el hombre a quien llamaban “¡Eh!” explicó

su calamitosa historia con antediluviana entonación.

“Mi padre y mi madre eran pobres, pero honrados.”

“¡Ahórranos todo eso!”, bramó impaciente el capitán.

“Si se nos hace de noche ya no habrá posibilidad de ver al

snark, No podemos perder ni un momento.”

“Me saltaré cuarenta años”, dijo casi llorando el panadero,

“y seguiré adelante sin hacer más observaciones

hasta el día en que me enroló en su navío

para ayudarle en la caza del snark”.

“Un tío mío muy querido (precisamente llevo su mismo

nombre) observó, cuando nos despedíamos…”

“¡Oh, sáltate también a tu querido tío!”,

exclamó furioso el capitán mientras tocaba la campana.

“Me hizo notar entonces”, continuó diciendo aquel santo

varón: “Si un snark es un snark, está bien. Tráelo a casa

por todos los medios: puedes servirlo con ensalada

y también vale para encender el fuego.

“Puedes buscarlo con dedales y buscarlo también con

cuidado. Puedes perseguirlo con tenedores y esperanza.

Puedes amenazarlo con una acción de los ferrocarriles

y puedes cultivarlo con sonrisas y jabón.”

“¡Ese es exactamente el método!, aseguró el capitán

en un súbito paréntesis, “Así es exactamente como

siempre me han dicho que debería

intentarse la captura del snark.”

“Pero, ¡oh refulgante [refulgente+fulgurante] sobrino mío!, ¡guárdate bien

si tu snark es un búcham!, porque entonces

súbita y suavemente desaparecerás,

¡y no aparecerás nunca jamás!”

“Esto es…, esto es lo que oprime mi alma

al recordar las últimas palabras de mi tío.

Mi corazón se asemeja a un cuenco

rebosante de cuajos palpitantes.”

“Esto es…, esto es…” “¡Ya nos lo has dicho antes!”,

dijo indignado el capitán.

Y el panadero contestó: “Déjeme decirlo otra vez.

Esto es…, esto es lo que me produce pavor.”

“Todas las noches entablo en sueños

una lucha delirante con el snark.

Y en esas fantasías lo sirvo con ensalada

y lo uso para encender fuego.

“Pero si alguna vez tropiezo con un búcham, ese día,

al momento (de eso estoy seguro),

súbita y suavemente desapareceré.

¡Y esa idea no la puedo soportar!”

 

Canto cuarto

LA CAZA

El capitán frunció el ceño y arqueó una ceja.

“¡Ya podías haber hablado antes!

¡Es excesivamente torpe mencionarlo ahora que,

por así decirlo, tenemos al snark al alcance de la mano!

“Nos entristeceríamos mucho, como puedes figurarte,

si nunca más se te volviera a encontrar.

Pero, sin duda, amigo, podrías haberlo mencionado

cuando empezó la expedición.

“Es excesivamente torpe mencionarlo ahora,

como creo haberte dicho ya.”

Y el hombre a quien llamaba ¡Eh! Replicó suspirando:

“Le informé el mismo día en que embarqué.

“Podéis acusarme de asesinato o de falta de buen sentido;

todos somos débiles en ocasiones.

Pero entre mis defectos

jamás estuvo dar falsas excusas.

“Lo dije en hebreo, luego en holandés,

después en alemán y en griego también;

pero olvidé completamente, y eso me mortifica,

¡que es inglés lo que habla usted!”

“Es una historia muy triste”, dijo el capitán,

con una cara larguísima,

“pero ahora que has terminado de contar tu caso

sería simplemente absurdo alargar el debate.

“El resto de mi discurso —les explicó—,

lo oiréis cuando tenga tiempo para contároslo.

Pero el snark está cerca, permitidme que os lo repita,

¡y es vuestra gloriosa obligación encontrarlo!”

“Buscadlo con dedales; buscadlo con cuidado;

acosadlo con tenedores y esperanza;

amenazadlo con una acción de los ferrocarriles;

cautivadlo con sonrisas y jabón.

“Ya que el snark es una criatura muy peculiar,

que no se deja atrapar de cualquier manera,

haced todo cuanto sepáis, e intentad todo cuanto no sepáis.

¡Hoy no debemos desperdiciar ninguna oportunidad!”

“Pues Inglaterra espera… ¡Me abstengo de seguir!

Esta es una frase tremenda, pero trasnochada.

Así que lo mejor será que saquen de sus equipajes

cuanto necesiten y se pertrechen para la lucha.”

Entonces el banquero endosó un cheque en blanco y lo barró,

y cambió su calderilla en billetes.

El panadero peinó con esmero sus bigotes y su pelo,

y se sacudió el polvo de los siete abrigos.

El limpiabotas y el tasador afilaban el azadón,

turnándose en la rueda de afilar.

Sin embargo, el castor siguió haciendo encaje

y no demostró interés por el asunto,

a pesar de que el abogado intentó apelar a su orgullo,

y en vano le fue citando

varios casos que demostraban

que hacer encaje infringía la ley.

El que hacía sombreros, hecho una fiera, pensaba

cómo colocar lacitos de una manera nueva,

mientras que el empleado de los billares, con mano

temblorosa se pintaba con tiza la punta de la nariz.

El carnicero se pudo nervioso y se vistió, con mucha

elegancia, guantes de cabritilla y una gorguera bien rizada.

Dijo que se sentía como quien va a cenar fuera,

a lo que el capitán respondió que era una bobada.

“Presentádmelo”, dijo,

“si por casualidad lo encontramos juntos.”

Y el capitán, asintiendo sagazmente con la cabeza,

dijo: “Eso depende del tiempo que haga.”

El castor simplemente siguió desfilando con aire triunfal

al ver al carnicero tan tímido;

e incluso el panadero, aunque era estúpido y gordo,

se esforzó en guiñar un ojo.

“¡Sé un hombre!”, bramó iracundo el capitán

al ver que el carnicero comenzaba a gimotear.

“Si encontramos un chabchab, ese desesperante pájaro,

¡necesitaremos de todas nuestras fuerzas para la tarea!”

 

Canto quinto

LA LECCIÓN DEL CASTOR

Lo buscaron con dedales, lo buscaron con cuidado.

Lo persiguieron con tenedores y con esperanza.

Lo amenazaron con una acción de los ferrocarriles.

Lo cautivaron con sonrisas y jabón.

Entonces al carnicero se le ocurrió un ingenioso plan

para hacer una incursión por su cuenta;

y eligió un lugar poco frecuentado por el hombre:

un lúgubre y desolado valle.

Pero al castor se le había ocurrido el mismísimo plan

y había escogido el mismísimo lugar.

Sin embargo, ninguno reveló, con gestos o con palabras,

el disgusto que reflejaban sus caras.

Ambos tenían una única idea: el snark

y la gloriosa tarea del día;

y cada uno intentó aparentar que no se daba cuenta

de que el otro iba por el mismo camino.

El valle comenzaba a estrecharse, y aún se estrechó más,

y el atardecer se hizo más frío y oscuro,

hasta que, debido a los nervios, no a su buena voluntad,

terminaron por avanzar hombro con hombro.

Entonces, un alarido profundo y penetrante desgarró el

estremecido cielo, y ellos supieron que algún peligro les

acechaba. El castor palideció hasta la punta de su cola,

ý hasta el carnicero sintió una extraña desazón.

Pensó en su infancia, dejada atrás ya hacía mucho,

esa etapa inocente y feliz.

El sonido le recordó vivamente

el rechinar de un lápiz sobre la pizarra.

“Es la voz del chabchab”, gritó de repente

el hombre a quien solían llamar zopenco.

Y añadió con orgullo: “Como os diría el capitán,

ya expresé mi opinión una vez.

“¡Es el canto del chabchab! Id contando, os lo suplico,

y veréis que os o he dicho dos veces.

“¡Es la canción del chabchab! La prueba es total,

pues con ésta os lo he dicho tres veces.”

El castor había contado con escrupuloso cuidado,

escuchando cada palabra;

pero claramente se descorazonó y silbinchó [silbar+deshincharse]

desesperado al oír la tercera repetición.

A pesar de los esfuerzos que aplicó al empeño,

se dio cuenta de que había perdido al cuenta;

y ahora lo único que podía hacer era exprimir sus pocos sesos

y empezar a contar otra vez.

“Sumaré dos más uno, si es que sé hacerlo

con los dedos y los pulgares”, se dijo,

recordando con lágrimas en los ojos cómo

años atrás había descuidado la aritmética.

“Eso puede hacerse”, dijo el carnicero.

“Creo que ha de hacerse, estoy seguro.

¡Se hará!

Tráeme la mejor tinta y papel que encuentres.”

El castor trajo papel, carpeta, plumas

y tinta, para que no faltara de nada.

Y mientras calculaban, extrañas criatura reptantes

salían de sus madrigueras y les miraban con ojos de sorpresa.

El carnicero estaba tan absorto escribiendo, con una pluma

en cada mano, que ni reparó en ellas,

y se explicaba en un estilo tan sencillo

que el castor comprendía muy bien.

“Tomaremos el tres como objeto de nuestro razonamiento;

me parece un número muy conveniente.

Tras sumarle siete y diez,

lo multiplicaremos por mil menos ocho.

“Dividiremos, como verás, el producto

por novecientos noventa y dos.

Luego le restaremos diecisiete, y la respuesta

debe ser exacta y perfectamente verdadera.

“Te explicaría encantado el método empleado,

ahora que aún me acuerdo muy bien:

pero ni tengo tiempo, ni tu tienes cerebro.

¡Y habría tanto que explicar!

“En un momento he desvelado lo que

hasta ahora estaba envuelto en el misterio,

y por el mismo precio te daré

una lección de historia natural.”

Y siguió el carnicero con brillantez diciendo así,

sin tener en cuenta las normas de urbanidad,

pues olvidó que instruir sin haber sido presentados

causaría un escalofrío en sociedad:

“El chabchab es un pájaro de temperamento desesperante,

ya que vive en perpetua pasión.

Sus gustos en el vestir son un completo absurdo;

¡va siglos por delante de la moda!

“Pero reconoce a cualquier amigo a quien haya visto

anteriormente alguna vez. Nunca se dejaría sobornar.

Y en los tés de caridad siempre se pone en la puerta

a recoger los donativos, aunque no aporta nada de su bolsillo.

“Una vez guisado, su sabor es mucho más exquisito

que el del cordero, las ostras o los huevos;

algunos creen que se conserva mejor en un jarro

de marfil, y otros, que en barrilillos de caoba.

“Se cuece en serrín, se sazona en pegamento y

se espesa con saltamontes y cintas,

sin olvidar nunca lo principal,

que es preservar su forma simétrica.”

El carnicero hubiera seguido encantado hablando hasta

el día siguiente, pero creyó que la lección debía terminar.

Y lloró de alegría al intentar decir

que consideraba al castor su amigo.

El castor, a su vez, confesó, con una afectuosa mirad,

más elocuente que las lágrimas,

que había aprendido en diez minutos más que lo que todos

los libros le harían enseñado en setenta años.

Regresaron de la mano, y el capitán,

momentáneamente desarmado por la noble emoción,

dijo: “¡Esto compensa ampliamente los fatigosos

días pasados sobre el ondulado océano!”

Amigos como lo llegaron a ser el castor y el carnicero,

casi nunca se han conocido.

Y fuese invierno o verano,

jamás se veía a uno sin el otro.

Y cuando llegaban las riñas —pues siempre

hay enfados por mucho que se intente evitarlos—,

evocaban el canto del chabchab

y se juraban eterna amistad.

 

Canto sexto

EL SUEÑO DEL ABOGADO

Lo buscaron con dedales, lo buscaron con cuidado.

Lo persiguieron con tenedores y con esperanza.

Lo amenazaron con una acción de los ferrocarriles.

Lo cautivaron con sonrisas y jabón.

Pero el abogado, harto de demostrar —sin que nadie le

hiciera caso— que el castor delinquía con sus labores de

encaje, se durmió. Y en sueños vio claramente la criatura

que en su fantasía hacía tanto tiempo que habitaba.

Soñó que estaba en un sombrío tribunal

donde el snark, con un monóculo, toga y peluca,

defendía a un pobre cerdo

acusado de abandonar su pocilga.

Los testigos demostraron, sin duda ni error,

que la pocilga estaba vacía;

mientras el juez, con tenue cantinela,

explicaba lo que la ley decía al respecto.

La acusación no llegó a formularse claramente.

Según parece, el snark había hablado

durante tres horas antes de que nadie pudiera imaginar

qué es lo que presuntamente había hecho el cerdo.

Cada uno de los miembros del jurado había llegado

a una conclusión diferente (mucho antes de que se leyera

la acusación); y rompieron a hablar todos a la vez. Al final,

ninguno de ellos supo qué habían dicho los demás.

“Deben saber…”, decía el juez. “¡Bobadas!”,

exclamó el snark: “Esa ley es obsoleta.

Déjenme que les diga, amigos, que este asunto

depende de una antigua ley feudal.

“En cuanto a la traición, el cerdo aparece

implicado, pero apenas fue cómplice.

Y la acusación de insolvencia claramente no prospera.

Si ustedes aceptan mi defensa, no debe nada.

“El hecho de la deserción no lo discutiré;

pero confío en que no le tendrán por culpable,

en lo relativo a las costas del pleito,

pues se ha probado su coartada.

“El destino de mi pobre defendido depende de sus votos”.

En este momento el orador se sentó en su sitio,

y pidió al juez que mirase sus notas

y resumiera brevemente el caso.

Pero el juez le confesó que nunca había resumido nada,

por lo que el snark comenzó a resumir;

y resumió tan bien que dijo mucho más

de lo que habían dicho los testigos.

A la hora del veredicto, el jurado se inhibió

por ser éste de difícil pronunciación;

pero expresaron su esperanza de que al snark no le

importase cumplir esa tarea también.

Así que el snark también dictó el veredicto,

a pesar de que tantas obligaciones le tenían exhausto.

Cuando pronunció la palabra ¡CULPABLE!,

todo el jurado gruñó y hasta hubo quien se desvaneció.

Luego el snark dictó sentencia, ya que el juez

estaba demasiado nervioso para pronunciar palabra.

Cuando se puso en pie se hizo un gran silencio;

¡se habría oído caer un alfiler!

“Destierro de por vida”, fue la sentencia que dictó,

“y que después pague una multa de cuarenta libras”.

Todo el jurado aplaudió, aunque el juez declaró

temer que la frase no fuese legalmente ortodoxa.

Pero su regocijo se apagó súbitamente

cuando el carcelero les comunicó, con lágrimas en los ojos,

que la sentencia no tendría el menor efecto

ya que el cerdo llevaba muerto varios años.

El juez abandonó la sala profundamente disgustado.

Pero el snark, aunque algo consternado,

continuó bramando hasta el final, como corresponde al

abogado a quien se ha encomendado la defensa.

Así soñaba el abogado, mientras el bramido

parecía hacerse cada vez más claro,

hasta que le despertó el furioso repique de una campana

que el capitán tocaba junto a su oreja.

 

Canto séptimo

EL DESTINO DEL BANQUERO

Lo buscaron con dedales, lo buscaron con cuidado.

Lo persiguieron con tenedores y con esperana.

Lo amenarazon con una acción de los ferrocarriles.

Lo cautivaron con sonrisas y jabón.

Y el banquero, infundido de un valor tan insólito

que fue motivo de general comentario,

avanzó locamente hacia adelante, hasta que lo perdieron de

vista en su afán por descubrir al snark.

Pero mientras buscava con dedales y cuidado,

un veloz bandersnatch se acercó de repente

y agarró al banquero, quien chilló desesperado,

pues sabía que era inútil intentar escapar.

Le ofreció un gran descuento, le ofreció un cheque

—al portador— de siete libras y diez chelines.

Pero el bandesrnatch simplemente alargó

el cuello y agarró nuevamente al banquero.

Sin pausa ni descanso forcejeó y pugnó,

dando saltos y brincos hasta caer al suelo sin sentido,

mientras las malhuriosas [malhumoradas+furiosas] mandíbulas

crujían salvajemente a su alrededor.

El bandersnatch huyó al aparecer los demás,

guiados por el grito de terror.

Y el capitán, tocando la campana con gesto solemne,

masculló: “¡lo que me temía!”

Tenía la cara negra y en nada recordaba

al que que hasta estonces había sido.

Era tal su terror que hasta su chaleco había palidecido.

¡Algo digno de verse!

Para espanto de todos cuantos allí había aquel día,

se levantó vestido de etiqueta

y mediante absurdas muecas se esforzó por decir todo

cuanto su lengua no podía expresar.

Se hundió en un sillón y se mesó los cabellos,

mientras cantaba con tono misrívolo [miserable+frívolo]

palabras vacías que evidenciaban su locura,

y a la vez se acompañaba golpeando un par de huesos.

“¡Abandonadle a su suerte!; ¡se está haciendo tarde!”,

excalamó horrorizado el capitán.

“Ya hemos perdido medio día! ¡Si ahora nos descuidamos,

no atrapremos al snark antes de que anochezca!”

 

Canto octavo

LA DESAPARICIÓN

Lo buscaron con dedales, lo buscaron con cuidado.

Lo persiguieron con tenedores y con esperanza.

Lo amenazaron con una acción de los ferrocarriles.

Lo cautivaron con sonrisas y jabón.

No querían ni pensar que la caza pudiese fracasar,

y el castor, emocionado al fin,

daba saltos impulsándose con la punta de su cola,

viendo cómo la luz dejaba paso a la oscuridad.

“¡Oíd —dijo el capitán… cómo grita el como-se-llame!

¡Grita como un loco!, ¡escuchad!

¡Hace gestos con las manos y con la cabeza!

¡Eso es que ha encontrado un snark!”

Le miraban extasiados y el carnicero decía:

“¡Siempre fue un gran bromista!”.

Y le contemplaban, su panadero, su héroe sin nombre,

encaramado en lo alto de un picacho cercano.

Así estuvo un momento erguido y sublime.

Pero de pronto vieron cómo caía al precipicio,

enloquecido y presa de convulsiones.

Aterrados y anhelantes esperaron…

“Es un snark”, fue el grito que llegó a sus oídos,

y les pareció demasiado hermoso para ser verdad.

Después siguió un torrente de risas y de “¡hurras!”

Y después…: “¡Es un bu…!”, le escucharon decir.

Luego, silencio. Algunos creyeron haber oído

un débil y errante suspiro;

algo así como “…cham”. Pero los demás juraron

que había sido el silbido de la brisa.

Buscaron hasta que se hizo noche cerrada,

pero no encontraron ni pluma, ni rastro, ni botón,

que les indicase que estaban en el lugar

donde el panadero había hallado al snark.

A mitad de la palabra que intentaba decir,

en medio de la brisa y del gozo,

súbita y suavemente había desaparecido:

el snark era un búcham, como bien suponéis.