Archivo diario: 31 enero, 2011

CHRISTINA ROSENVINGE: CANCIÓN DEL ECO (NIÑA LOCA): MITOLOGÍA Y POESÍA: ECO Y NARCISO

Condenada por los dioses
sin su linda voz,
Eco se esconde en la cueva con su dolor.
El corazón mudo sólo puede repetir
las últimas sílabas que acaba de oír.
Narciso es soberbio,
¡Por Dios, qué guapo es!
Las ninfas se ofrecen ante su desinterés.
Pasea en el bosque su melancolía.
Nada es suficiente, su alma está vacía.
Eco de lejos le espía y suspira: ¡Amor!
Cómo confesarlo sin su propia voz.
Un claro del bosque se abre para los dos
La cálida tarde presiente lo peor

¿Quién eres tú, niña loca?
Niña loca… Niña loca…
Muero antes que darte un beso
Darte un beso… Darte un beso…
Quiero estar solo en el río
En el río… en el río…
¿No pensarás que te quiero?
Te quiero… Te quiero…
Te quiero… Te quiero…

Narciso recibe castigo por ser tan cruel.
El agua nunca fue tan clara, ni tanta la sed.
Al ver su reflejo por fin descubrió el amor,
Ahogado en sí mismo se convierte en flor.
Eco de pena y locura se consumió,
Sólo quedó resonando sin fin
Su linda voz.

¿Quién eres tú, niña loca?
Niña loca… Niña loca…
Muero antes que darte un beso
Darte un beso… Darte un beso…
Quiero estar solo en el río
En el río… en el río…
¿No pensarás que te quiero?
Te quiero… Te quiero…
Te quiero… Te quiero…

Ahora tú dime:
¿Qué demonios hago yo aquí?
¿Soy sólo tu espejo o me ves a mí?
¿Se me consiente algo más que repetir cada palabra que deseas oír?
Tocas el agua, se tiende la nariz
La imagen es vana, el llanto no tiene fin.

¿Quién eres tú,  niña loca?
Niña loca… Niña loca…
Contigo haré lo que quiera
Lo que quieras… Lo que quieras…
¿No ves qué triste es mi vida?
Es mi vida… Es mi vida…
Tú cargarás con mi pena
Con mi pena… Con mi pena…
¿Quién eres tú, niña loca?
Niña loca… Niña loca…
Muero antes que darte un beso
Darte un beso… Darte un beso…
Quiero estar solo en el río
En el río… en el río…
¿No pensarás que te quiero?
Te quiero… Te quiero…

Te quiero… Te quiero…

Nunca fue tanta el agua ni tanta la sed…

De las Metamorfosis de Ovidio a la voz niña de Cristina («La joven Dolores», 2011).

Aquél, muy famoso en las ciudades aonias, daba respuestas irreprochables a la gente que se las pedía; la primera en comprobar la credibilidad y poner a prueba el oráculo fue la azulada Liríope, a la que en otro tiempo abrazó con su sinuosa corriente el Cefiso y la violó encerrada en sus aguas. La hermosísima ninfa dio a luz de su vientre repleto un niño que también entonces podía ser amado y lo llamó Narciso; consultado sobre si él habría de ver la lejana época de una madura senectud, el profético vate dice: “Si no llega a conocerse.” Durante largo tiempo pareció infundado el vaticinio del augur; el resultado, la realidad, el tipo de muerte y lo novedoso de la locura amorosa lo demuestra.

Efectivamente, el hijo de Cefiso había añadido un año a los quince y podía parecer un niño y un adolescente: muchos jóvenes, muchas doncellas lo desearon; pero (tan cruel orgullo hubo en tan tierna belleza) ningún joven, ninguna doncella lo impresionó. Contempla a éste, que azuza hacia las redes a los asustadizos ciervos, la habladora ninfa, que no aprendió a callar ante el que habla ni a hablar ella misma antes, la resonante Eco.

Hasta ahora, Eco era un cuerpo, no una voz; pero, parlanchina, no tenía otro uso de su boca que el que ahora tiene, el poder repetir de entre muchas las últimas palabras. Esto lo había llevado a cabo Juno, porque, cuando tenía la posibilidad de sorprender a las ninfas que yacían en el monte a menudo bajo su Júpiter, ella, astuta, retenía a la diosa con su larga conversación, hasta que las ninfas pudieran escapar. Cuando la Saturnia se dio cuenta de esto, dijo: “De esa lengua, con la que he sido burlada, se te concederá una mínima facultad y un muy limitado uso de la palabra“, y con la realidad confirma las amenazas; ésta, sin embargo, duplica las voces al final del discurso y devuelve las palabras que ha oído.

Así pues, cuando vio a Narciso, que vagaba por apartados campos, y se enamoró, a escondidas sigue sus pasos, y cuanto más lo sigue más se calienta con la cercana llama, no de otro modo que cuando el inflamable azufre, untado en la punta de las antorchas, arrebata las llamas que se le han acercado. ¡Oh, cuántas veces quiso acercarse con linsojeras palabras y añadir suaves ruegos! Su naturaleza lo impide y no le permite empezar; pero, cosa que le está permitida, ella está pronta a esperar sonidos a los qu epuede devolver sus propias palabras.

Por azar el joven, apartado del leal grupo de sus compañeros, había dicho: “¿Alguno está por aquí?”, y “está por aquí” había respondido Eco. Él se queda atónito y, cuando lanza su mirada a todas partes, grita con fuerte voz: “Ven”; ella llama a quien la llama. Se vuelve a mirar y de nuevo, al no venir nadie, dice: “¿Por qué me huyes?”, y tantas veces cuantas las dijo, recibió las palabras. Insiste y, engañado por la reproducción de la voz que le contestaba, dice: “En este lugar juntémonos” y Eco, que nunca habría de responder con más agrado a ningún sonido, repitió: “juntémonos”, y ella misma favorece sus palabras y, saliendo de la selva, iba a arrojar sus brazos al deseado cuello. Huye él y, al huir, aleja las manos del abrazo. “Moriré antes”, dice, “de que te adueñes de mí.”

Desgraciada se oculta en el bosque y avergonzada cubre su cara con ramas, y a partir de entonces vive en solitarias cuevas; pero, sin embargo, el amor está dentro y crece con el dolor del rechazo: y las insomnes preocupaciones amenguan su cuerpo que mueve a compasión, y la delgadez contrae su piel, y todo el jugo de su cuerpo se va hacia los aires; solamente le quedan la voz y los huesos: permanece la voz; cuentan que los huesos adoptaron la figura de una piedra. A partir de ese momento se oculta en los bosques y no es vista en montaña alguna, es oída por todos: el sonido es el que vive en ella.

(Metamorfosis III, vv. 339-402)